No todo el movimiento sucede entre paredes llenas de máquinas y espejos. Estar activo no depende de una cuota de gimnasio ni de rutinas estrictas: depende de encontrar espacios en la vida diaria para mover el cuerpo de manera natural y sostenida.
El movimiento está en lo cotidiano
Caminar unas cuadras más, usar la escalera en lugar del ascensor, bajarse una parada antes del colectivo. Son gestos mínimos que, repetidos, cambian el pulso del cuerpo. Lo importante no es cuánto sudás, sino la constancia con que sumás movimiento.
Pequeñas dosis de energía
- Caminatas con propósito: no hace falta salir a correr; caminar rápido 20 minutos ya es suficiente para mejorar la circulación y despejar la mente.
- Ejercicios en casa: sentadillas, planchas o saltos de soga. Con tu propio peso alcanza para fortalecer músculos.
- Momentos activos: mientras hablás por teléfono, probá caminar por la casa; al mirar una serie, hacé estiramientos suaves.
Romper con la idea del “todo o nada”
Estar activo no es elegir entre gimnasio o sedentarismo. Es sumar movimiento donde se pueda. A veces diez minutos son mejores que nada. El cuerpo agradece cada pausa en la quietud.
La clave: disfrutarlo
El movimiento que se sostiene en el tiempo es el que se disfruta. Bailar en el living, andar en bici por el barrio, jugar con tus hijos o sobrinos. La actividad física deja de ser obligación cuando se convierte en parte de la vida.
Al final, mantenerse activo no es cuestión de fuerza de voluntad extrema: es cuestión de encontrar formas simples de movernos cada día, y volverlas parte de nuestra manera de habitar el mundo.